lunes, 17 de marzo de 2014

La irradiación más potente comienza con la fusión con el alma




Aunque la personalidad, una vez ha conseguido la integración del potencial de sus tres cuerpos sutiles, manifiesta potente irradiación, no obstante su mayor poder aparece de forma constante cuando ella, a su vez, se integra con el verdadero Yo, el alma, nuestra conciencia supermental.
En el esoterismo existen fórmulas que facilitan esa conexión con el alma. La fusión con el alma se denomina la primera parte del antakarana, entendido como la creación de un puente que salva la brecha que hasta ahora ha separado a la conciencia personal de la conciencia superior. Gracias a estas fórmulas técnicas el proceso de fusión se realiza más rápido y es más consistente. Pero no es preciso tener conocimiento alguno del esoterismo para alcanzar esa fusión con el alma.
Dos factores más importantes consiguen que cualquiera alcance esa fusión que le aportará mucha más irradiación: el primero es la ardiente aspiración, y el segundo es el compromiso de secundar constantemente la recta conciencia.
La ardiente aspiración hacia lo interior, lo superior, lo espiritual, comporta un cambio en la calidad de los impulsos que mueven nuestra vida personal. Ordinariamente nos movemos en función de nuestros deseos e instintos. Pero llega un momento en que, saciados de insatisfacción, dado que el ser humano siempre quiere más, y siguiendo el método de ensayo y error, va observando que la orientación hacia el interior de la conciencia es lo que le otorga verdadera calidad. Una vez que trabaja por la interiorización, descubre en ella misma un impulso hacia lo superior, porque en los niveles profundos lo superior y el inferior no tienen separación. Así es como en vez de desear mucho el mundo exterior, ahora lo que más anhela es ese mundo interior y superior.
Los primeros pasos de la ardiente aspiración son inseguros e inconsistentes, porque la propia conciencia encuentra también mucha resistencia a ascender a los niveles superiores, pues la sustancia de sus cuerpos sutiles todavía es demasiado densa: por unos momentos anhela lo superior, pero, cuando el mundo exterior le presenta un pastel, eso le vuelve a abrir el apetito y deja de trabajar por lo superior durante unos instantes, horas, o días.
Cuando la sustancia de los cuerpos sutiles ya es más pura, entonces la ardiente aspiración tiene un gran poder invocador, y la conciencia superior no puede menos de responder a esa llamada.
Finalmente priva la experiencia de lo superior y ver el mundo ordinario desde arriba. Ese mundo de arriba es un mundo sin limitaciones, es inclusivo, de modo que va apareciendo una percepción nueva, al principio un poco vaga, de que en realidad no hay ninguna separación entre el propio yo profundo y el yo profundo de los que nos rodean. Eso es lo que lleva a que el amor hacia los demás sea sincero, incondicional y,  por su potencial mayor, resultando más impactante en los demás.
Cuando se alcanza la fusión con el Y o supermental, la fuente propia de toda referencia es inagotable: uno siempre está en la mayor autoestima, no piensa en sí mismo porque su energía es constante y creciente. Desaparece su yo dramático, y en su lugar aparece la naturalidad, la espontaneidad, la apertura, la confianza, y la nota característica del alma que es el servicio siempre que advierte una necesidad.
Las necesidades que mucha gente toma como importantes, en realidad no lo son, vistas desde arriba. Necesidad es lo que se precisa en cada momento y situación para alcanzar un acercamiento mayor a la propia y verdadera identidad. Porque el ser humano se va moviendo constantemente de la oscuridad a la luz, de lo irreal a lo Real, y de la muerte a la inmortalidad. De hecho a la personalidad se le llama el yo ilusorio, porque no es más que pegotes mentales adheridos al espigón vital central, al sutratma  -como se llama en esoterismo-, que anima los tres cuerpos sutiles. El yo ilusorio desaparece de forma natural cuando la conciencia queda inmersa en la luz del alma; nadie necesita que le harán demostraciones filosóficas para reconocer: cuando hay luz, desaparece la sombra.

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