Aunque
la personalidad, una vez ha conseguido la integración del potencial de sus tres
cuerpos sutiles, manifiesta potente irradiación, no obstante su mayor poder
aparece de forma constante cuando ella, a su vez, se integra con el verdadero
Yo, el alma, nuestra conciencia supermental.
En
el esoterismo existen fórmulas que facilitan esa conexión con el alma. La
fusión con el alma se denomina la primera parte del antakarana, entendido como
la creación de un puente que salva la brecha que hasta ahora ha separado a la
conciencia personal de la conciencia superior. Gracias a estas fórmulas
técnicas el proceso de fusión se realiza más rápido y es más consistente. Pero
no es preciso tener conocimiento alguno del esoterismo para alcanzar esa fusión
con el alma.
Dos factores más importantes
consiguen que cualquiera alcance esa fusión que le aportará mucha más
irradiación: el primero es la ardiente
aspiración, y el segundo es el compromiso
de secundar constantemente la recta conciencia.
La
ardiente aspiración hacia lo interior, lo superior, lo espiritual, comporta un
cambio en la calidad de los impulsos que mueven nuestra vida personal.
Ordinariamente nos movemos en función de nuestros deseos e instintos. Pero llega
un momento en que, saciados de insatisfacción, dado que el ser humano siempre
quiere más, y siguiendo el método de ensayo y error, va observando que la
orientación hacia el interior de la conciencia es lo que le otorga verdadera
calidad. Una vez que trabaja por la interiorización, descubre en ella misma un
impulso hacia lo superior, porque en los niveles profundos lo superior y el
inferior no tienen separación. Así es como en vez de desear mucho el mundo
exterior, ahora lo que más anhela es ese mundo interior y superior.
Los
primeros pasos de la ardiente aspiración son inseguros e inconsistentes, porque
la propia conciencia encuentra también mucha resistencia a ascender a los
niveles superiores, pues la sustancia de sus cuerpos sutiles todavía es
demasiado densa: por unos momentos anhela lo superior, pero, cuando el mundo
exterior le presenta un pastel, eso le vuelve a abrir el apetito y deja de
trabajar por lo superior durante unos instantes, horas, o días.
Cuando
la sustancia de los cuerpos sutiles ya es más pura, entonces la ardiente
aspiración tiene un gran poder invocador, y la conciencia superior no puede
menos de responder a esa llamada.
Finalmente
priva la experiencia de lo superior y ver el mundo ordinario desde arriba. Ese mundo de arriba es un mundo sin
limitaciones, es inclusivo, de modo que va apareciendo una percepción
nueva, al principio un poco vaga, de que en realidad no hay ninguna separación entre el propio yo profundo y el yo profundo
de los que nos rodean. Eso es lo que lleva a que el amor hacia los demás
sea sincero, incondicional y, por su
potencial mayor, resultando más impactante en los demás.
Cuando
se alcanza la fusión con el Y o supermental, la fuente propia de toda
referencia es inagotable: uno siempre está en la mayor autoestima, no piensa en
sí mismo porque su energía es constante y creciente. Desaparece su yo
dramático, y en su lugar aparece la naturalidad, la espontaneidad, la apertura,
la confianza, y la nota característica del alma que es el servicio siempre que
advierte una necesidad.
Las
necesidades que mucha gente toma como importantes, en realidad no lo son, vistas
desde arriba. Necesidad es lo que se
precisa en cada momento y situación para alcanzar un acercamiento mayor a la
propia y verdadera identidad. Porque el ser humano se va moviendo
constantemente de la oscuridad a la luz, de lo irreal a lo Real, y de la muerte
a la inmortalidad. De hecho a la personalidad se le llama el yo ilusorio,
porque no es más que pegotes mentales adheridos al espigón vital central, al
sutratma -como se llama en esoterismo-, que
anima los tres cuerpos sutiles. El yo ilusorio desaparece de forma natural
cuando la conciencia queda inmersa en la luz del alma; nadie necesita que le
harán demostraciones filosóficas para reconocer: cuando hay luz, desaparece la
sombra.
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