LAS TRES IRRADIACIONES DEL MAESTRO AL DISCÍPULO. LA
DEL AMOR.
De las tres
irradiaciones que emite el Maestro en su alto nivel espiritual, la primera que
nos llega es la de la inteligencia. Es así porque nuestra conciencia superior,
el alma, esta constituida de sustancia mental pura (capaz por ello de percibir
con toda nitidez que es una proyección viva de la Inteligencia espiritual) y en
el mismo contacto del plano mental con el cuerpo mental de su instrumento, la
personalidad.
Pero la cualidad
central del alma es la del amor. El alma, por medio de su conocimiento
intuitivo o de identidad, evidencia que es una
con la Realidad Una; por tanto ve la
Unidad en todos los seres. Cuando nosotros logramos, por nuestra firme
consagración al alma, una total fusión con ella, alcanzamos a ver la Realidad
Una con el “ojo de la visión”, es decir, con el ojo del alma; es decir, con la
visión intuitiva de que todo es Unidad.
Cuando en su
manifestación la Realidad espiritual se sumerge en la materia, que para
nosotros en su traducción más abstracta es el
espacio, esa reafirmación o tendencia a afirmar la unidad que en todo está
se convierte en un profundo amor. El amor más profundo es el amor del alma que traduce la evidencia de unidad en profundo
magnetismo, profundo aprecio, profundo reconocimiento de la alta dignidad de
cuantos tiene delante, sean seres humanos, animales, vegetales o minerales:
dentro de ellos lo que realmente hay es la Realidad. Recordemos que la evidencia
es que “sólo Ella es”. La traducción más simple del ejercicio de
la Unidad dentro de la materia es la conciencia.
Todo campo integrado
vital está obrando como un campo unido; a
ese campo unido nosotros le llamamos conciencia. un átomo físico es un campo
unido, y por tanto es una conciencia; una molécula es un campo unido, y por
tanto es una conciencia; así igualmente es una conciencia la célula, y el órgano
u organismo compuesto de células. Nosotros tenemos un cuerpo físico vivo, que
se comporta como una conciencia; de su vitalidad se alimenta el campo unido que
llamamos cuerpo astral, y por tanto es una conciencia; igual lo es el cuerpo
mental. La personalidad es el campo
que une las 4 conciencias, y como en este caso ya ha recibido la luz de la
inteligencia, se convierte en un conciencia
autoconsciente.
La tendencia a amar, al
reconocimiento del campo unido existe
desde nuestros primeros momentos: cuando el cuerpo vital vitaliza al cuerpo
astral, el Maestro DK afirma que automáticamente
el alma le envía su energía de amor. De ahí que nosotros tenemos un capacidad innata de amar por
el hecho de estar activando el cuerpo astral. El sentimiento más profundo, constante y amplio de un ser humano es por
tanto el del amor.
Como al principio el
ámbito de reconocimiento de campo es muy limitado, solo nos amamos a nosotros mismos, a eso le llamamos egoísmo,
aunque en realidad es innato amor. Conforme vamos aumentando en sensibilidad,
vamos percibiendo sintonía con otros seres humanos, sea por familia, sea por
amistad. De esta forma vamos extendiendo
nuestro amor a los demás.
Al principio el amor es
impuro: amamos por conveniencia, y
eso es así porque prevalece todavía el amor a un mismo.
Cuando por la
meditación y el servicio nos abrimos al plano del alma, el verdadero yo que
somos, entonces la percepción intuitiva que tenemos de los demás nos lleva a
amarlos porque son más y mejor de lo que ellos mismos se creen: los amamos porque son divinos, porque son
la Realidad divina misma. Este es el
amor que prodigan los Maestros: nos aman profundamente, sin pedir nada a
cambio, con gran ternura, sensibilidad y desapego. Nunca despliegan el amor
como un instrumento manipulativo.
El amor del alma hacia las
conciencias que todavía no han alcanzado su nivel es de comprensión, compasión y paciencia. Comprensión porque saben
claramente que en la profunda conciencia de los demás está la Presencia divina;
compasión porque saben que la personalidad es conciencia sufriente que encara
todo desde su constante carencia aunque irreal; y paciencia, porque tiene claro
que le llegará el día ineludible en que descubrirá la verdad de la Unidad. Así
pues la percepción de la Realidad de la Unidad mientras está en los planos de
la materia es un profundo amor, suscitado por el alma, y, en un plano aún más
elevado, por la Unidad misma.
Amor y Unidad son lo
mismo. Por eso podemos entender que el
amor es indestructible y el mejor instrumento para suscitar el despertar de la
conciencia a la Realidad. Podemos entender la importancia que tiene el
poder vivir dentro del aura de amor del un Maestro.